
Cierro lo ojos
y aspiro.
Aire de caramelo,
de vainilla blanda,
me punza los lagrimales.
El aire ondula entre las cañas
que tamborilean,
mientras las ranas,
nota arriba,
nota abajo,
dibujan su verde pentagrama.
El limo finge dureza
y la orilla se teje de berros
mientras laten las chicharras.
Un zig-zag de libélulas
corta el aire caliente.
Mientras el sol se ubica
en la vertical del estanque
todo se amortigua
como envuelto en algodones.
El aire se entinta de azules,
y fogonazos minúsculos
rebotan contra la superficie inmóvil.
Se hace esperar la tarde fresca
que no llega
y la hora vertical
se estira como una goma,
cruje, caliente…
hasta que se rompe
cuando la tarde irrumpe
de la mano del primer grillo.
